Y finalmente habló. El día llegó. La cobertura mediática fue masiva y completa. Hablo mucho. Largo y tendido. Habló Mario Vargas Llosa. Desarrolló su obra, El Sueño del Celta, esa que le valió el Premio Nobel de Literatura 2010, y fue cauteloso con sus dichos.
Hubo mucha expectativa en torno a su participación en la Feria del Libro. Se habló de veto, de prohibición de testimonio, de censura. Y él, al respecto, solo soltó un frase tan contundente como cotrovertida: "Agradezco a la señora presidenta Cristina Fernández de Kirchner que haya impedido el intento de veto a mi presencia en este evento".
Atención: lo que se tejió en torno al escritor peruano no fue un veto ni una censura. Fue un debate, un foro si se quiere.
La participación de este hombre, un hombre que defiende intereses y políticas que estan muy lejos de corresponderse con la idiología gobernante en Argentina y en gran parte de América Latina; un hombre que considera que el país debe retornar al camino de la década de los noventa, que dejó al país en una crisis de la que comenzó a salir hace apenas 8 años; un hombre que dijo que la asunción de los Kirchner al gobierno representa un retroceso ideológico e intelectual; en una expresión cultural como es esta feria no es acertada. Pero jamás se le incinuó la censura.
Un país que tiene un rumbo marcado y definido, no puede contradecirse dándole entidad a un representante y defensor de las políticas que lo destruyeron. Pero como acá no hay censura, habló. Y dijo lo que quiso.
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