miércoles, 29 de septiembre de 2010

Una realidad dificil de eludir


El 24 de marzo de 1976 se instauró en la Argentina el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional. Un grupo de generales de las Fuerzas Armadas nacionales derrocaron a la mandataria María Estela Martínez de Perón y dieron inicio a una de las etapas más tristes y sangrientas de la historia nacional. Fueron siete años de dolor, de sufrimiento, de tortura… Siete años en los que se tergiversó la información y se manipuló al pueblo argentino con argumentos tan superficiales como inverosímiles. Un campeonato Mundial de fútbol y uno a nivel juvenil, fueron los eventos deportivos que se llevaron la mayor atención en ese período y aplacaron lo que realmente pasaba en las calles y centros clandestinos de detención. El terror desbordaba por doquier.
Cuando el poder militar se desmoronaba, producto del desapego de sus aliados y de la pérdida de la credibilidad que algunos grupos sociales (los más beneficiados por el régimen en su mayoría) sostenían, el presidente de turno, Leopoldo Galtieri, se aventuró en un enfrentamiento bélico. La recuperación de las Islas Malvinas estaba en marcha. El fin de la dictadura, también. Nuevamente las mentiras y las estrategias de manipulación que el poder ejercía sobre los medios de comunicación para desinformar al pueblo argentino tomaron protagonismo en la escena del terror.
No es el fin de estas líneas explicar el último y sanguinario golpe de Estado que sufrió la Argentina entre 1976 y 1983. El propósito de este breve relato es, sin más, recordar que en este país hay una herida abierta. Una herida que no cicatrizó aún y que tampoco tiene miras a hacerlo. Una herida de muerte al corazón de estas tierras. La economía, política y sociedad quedaron totalmente devastadas. La deuda externa se quintuplicó, el sistema productivo nacional quedó aniquilado, la sociedad dolorida y las calles se empezaron a poblar de personas sin techo. El hambre pasó a ser un denominador común en cada vez más argentinos. El nivel de desempleo creció a niveles increíbles.
Argentina se hundía cada vez más. Unos pocos sacaban provecho mientras el resto no tenía perspectivas a futuro. Se sucedieron gobiernos democráticos de diferentes posiciones ideológicas. Todos heredaron la ruina. Algunos persiguieron intereses personales y le hicieron creer al pueblo que la resurrección era posible. Los que vinieron más tarde se encontraron con un país sin posibilidad alguna de desarrollo. Privatizaciones, bonos, deuda externa, déficit, convertibilidad, etc. Palabras que se hicieron habituales. Crisis, corralito, “que se vayan todos”, más bonos, muerte, vinieron después.

Ayer, Telefé volvió a poner en su pantalla un nuevo episodio de “Lo que el tiempo nos dejó”. Y fue ese capitulo de ficción, que refleja la triste realidad que vio nuestra patria, lo que me despertó las ganas de escribir estas pocas palabras.

Hoy la guerra continúa. El escenario político estalla y los únicos perjudicados siguen siendo los mismos: los que componen al pueblo argentino.

¿Veremos alguna vez a una Argentina diferente, pero mejor?