domingo, 30 de mayo de 2010

Yo, el aguafiestas


¿Habrá alguna situación más placentera en el fútbol que el gol, y todo lo que su conversión conlleva? La respuesta es no, claramente. El momento de algarabía más grande que se puede dar en un estadio futbolístico se alcanza cuando la número 5 traspasa la línea de cal.
Pero hay alguien que se encarga de evitar este festejo. O, por lo menos, intenta hacerlo lo mejor posible. Este peculiar personaje es el arquero, al que Eduardo Galeano, en su libro El fútbol a sol y sombra, tilda de aguafiestas. ¿Aguafiestas para quién? ¿Quizá para el delantero de turno que no pudo concretar un tanto? Seguramente que para éste sí. Pero entendiendo el amor por el fútbol de Galeano, está claro que el gol no tiene camiseta. No conoce de banderas ni de hinchadas. El gol es la fiesta suprema de este deporte, y si hay alguien que se dedique a evitarlo, sin lugar a dudas es un aguafiestas.
Suena utópico a veces, teniendo en cuenta la violenta actualidad que hoy rodea al fútbol argentino, concebir una idea como la que sostiene Galeano, no solo en el cuento El arquero, sino en toda la extensión del libro. El autor uruguayo vive y respira fútbol. El deporte es parte de él. Y, como tal, lo defiende, lo cuida…
No deja de lado, tampoco, el exitismo. Compara al arquero con el resto de los jugadores, quienes si desperdician una chance clara de gol pueden redimirse con una demostración con el balón en los pies, o bien anotando en la jugada siguiente. En cambio, quien lleva el número uno en la espalda, si se equivoca, será el culpable máximo de la desgracia acontecida y por más que su pasado le dé un respaldo contundente el presente lo condenara, ahora y a futuro.
En definitiva, Galeano no hace más que plasmar en pocas líneas la ingratitud de la que es víctima el golero. Una ingratitud que, a diferencia del gol, no tiene camiseta. No respeta ni colores, ni hinchadas, ni historias.
Pero él está ahí siempre. Firme bajo los tres palos que a veces le dan una mano adicional a las dos que ya tiene preparadas y enguantadas, y dispuesto a atajar todo tipo de bombas y críticas que lo hundirán más aún en la depresión o que lo ayudarán a sacar fuerzas de hasta donde no hay para demostrar que su misión es clara: la de arruinar la explosión máxima del fútbol.
Sin lugar a dudas, el momento de la concreción de un gol es hermoso. No tiene comparación con nada que se relacione con el fútbol. Pero, ¿quién no explotó de felicidad cuando el guardameta, el que sea, voló de un palo al otro para que la pelota no se encuentre con la red? Sin lugar a dudas, muchos. Por eso, cada uno tiene un merecido lugar en el corazón del fervoroso hincha.
Y un lugar en el que conviven: el arco…