miércoles, 22 de junio de 2011

Llora el fútbol


Lágrimas en los ojos desde el minuto cero. Lágrimas que reflejan sentimientos: dolor, pena, desesperación, impotencia, miedo, terror. Es que a Juan José López le duele, le da pena y hasta lo desespera la situación en la que hot está sumergido River Plate. Circunstancia de la que no pudo ni puede sacar a su equipo, pese a que muchos daban por hecho que lo haría. Y eso le da impotencia, le da miedo. Lo aterra.

Horas antes, en la cancha de Boca Juniors, Huracán perdió la categoría tras caer derrotado 2 a 0 por Gimnasia y Esgrima La Plata, y también hubo lágrimas que lamentaron el hecho. Los fanáticos del Globo no encontraban consuelo y se resignaban, ahora sí luego del letargo que ocasionó el Gol de Christian Cellay, a prepararse para la próxima temporada en la segunda categoría del fútbol argentino.

Por la noche, en Córdoba, un puñado de hinchas (y los llamaremos así pese a que el término no les corresponda) de River lejos estuvieron de resignarse y estallaron contra sus jugadores: arremetieron en el campo de juego pidiéndole huevos a los jugadores, y hasta empujaron a Adalberto Román por la espalda. Aún faltaban 40 minutos y una revancha y estos hinchas no aguantaron la posibilidad, siquiera de verse en la B.

Los límites de la sociedad argentina, en donde el fútbol es un actor principal, ya no se distinguen. Resulta imposible preguntarse, tras estos hechos, ¿qué pasará el domingo si llegase a ocurrir “lo peor que puede pasar en la vida: el descenso del millonario”? Da escalofríos imaginarse la posible reacción de los mismos sujetos que no “tuvieron otra alternativa” que ir a “pedirle” a “sus” jugadores un poco más de actitud.

Este presente y estos hechos lamentables no hacen más que manchar al fútbol. Y la culpa no la tienen esos muchachos, que son serviles y partícipes de este asqueroso negocio, que agredieron a los jugadores, sino que la mayor responsabilidad recae en los altos dirigentes que ocupan altos grados jerárquicos que manejan al negocio a placer, engrosando sus cuentas bancarias y hundiendo cada vez más la dignidad que ya no da el deporte por deporte.

Lejos queda el paupérrimo nivel futbolístico de River. Ese aspecto será analizado hasta el cansancio. El verdadero problema es lo que genera por estas horas esa debacle deportiva. Muchos factores hay que analizar para entender y descifrar la gravedad de lo que acontece. Pero hay uno que pica en punta a la hora de buscar un máximo responsable: los medios de comunicación y la dramatización en la que incurren.

“River se juega su historia”, tituló el portal 6cero.com; “River se juega media vida”, fue la noticia para el diario español Marca; “River Plate: un gigante que se juega la vida”, fue el titular que eligió semana.com; “110 años en 180 minutos”, significa para Olé la promoción en la que compite el club de Núñez.

¿Acaso San Lorenzo dejó de ser grande por haber descendido? ¿Es Racing un equipo menos respetado por cargar en su espalda la cruz que significa haber jugado en la B? ¿Dejará de ser River uno de los más grandes del fútbol argentino y mundial, palmarés que se ganó a lo largo de su historia, si llegase a bajar de categoría en un presente que no le sonríe? No, a todo.

El drama en el que el fútbol se ha convertido no es nuevo. Lleva años y años en donde la respuesta a la incógnita ¿por qué este deporte se transformó en lo que es hoy? se haya en tres palabras: negocio, dinero y poder. Un buen emprendimiento deja buenos dividendos y el alto ingreso convierte a su dueño en poderoso. Una ecuación más que sencilla.

Pero, ¿hasta cuándo la ambición por el poder seguirá ejerciendo presión? Porque frases como “River no va a jugar la promoción” o “River no va a descender” encienden alarmas, generan dudas de todo tipo pero, por sobre todo, presionan a los protagonistas a los cuales no se juzgará, por lo menos en estas líneas, por su nivel, falta de entrega, carencia de sangre o de amor propio.

El hincha presiona al jugador, porque el hincha vive del jugador. Ya se terminó esa vieja historia que tenía como principal temor del apasionado la gastada en la oficina al día siguiente. La cosa empeoró muchísimo por estos días. “River no se puede ir a la B. si baja, acuchillo a alguien. A quien sea”, escuché por ahí. El hincha se juega, en 90 o 180 minutos, la vida, el futuro, la historia. Será señalado para siempre como el desgraciado que alguna vez descendió a la B. ya nada más importará, porque “vos te fuiste a la B, así que callate”. Y en esta sociedad, que fue tan lastimada durante mucho tiempo y hasta hace pocos años atrás por otros aspectos de la vida cotidiana, como la política, el fracaso deportivo toma una trascendencia de vida o muerte que eriza la piel.

Ya no importa competir. Eso dejó de interesar hace años. Hoy, solo sirve pisarle la cabeza al rival, defenestrarlo, humillarlo, hundirlo, descenderlo.

Los medios, generan opinión y plantean el guión con el que se discutirá en esta escena. Los guía el poder, la ambición y el dinero. Mientras la sociedad toda lo sufre. Y las lágrimas de JJ López, esas que son, se cree, genuinas y generadas por el dolor se irán esparciendo hasta que el lamento y la pena sean tan grandes, que quien llorará tras una larga agonía será, lamentablemente, la pelota. Esa que no debería mancharse, pero se mancha cada vez más.