Nunca creí, deseé ni imaginé que la vida (o la muerte en este caso) pondría a prueba a los argentinos tan rápidamente. Cuando el pasado 27 de octubre falleció Néstor Kirchner las redes sociales explotaron de saludos, condolencias, festejos, agradecimientos y demás sentimientos genuinos. Algunos, dignos de imitar. Otros, lamentables. Llamó la atención de quién les escribe las tantas y desagradables muestras de odio para con el líder santacruceño.
Hace pocas horas pereció, a los 85 años, Eduardo Massera, uno de los nefastos responsables del terrorismo de Estado que azotó y diezmó a la sociedad argentina entre 1976 y 1983. Las comparaciones, dicen, son odiosas pero resultan, a veces, inevitables.
No se vio, por lo menos hasta ahora (aunque se cree a esta altura que ya no se observará), la misma vehemencia popular ante el deseso del militar que brotó por los poros de Facebook o Twitter cuando desapareció Kirchner. Claro que estuvieron los que le dedicaron algún insulto o le desearon no concebir la paz. Pero fueron muchos menos que el 27 de octubre.
Que no se entienda, por favor, que esto es un reclamo o un deseo. Es saludable, por donde se lo analice, que la reacción de la gente no sea la misma que se desacreditó desde este espacio hace unos días atrás. La muerte no se le debe desear a nadie. Ni se debe celebrar cuando ésta toca la puerta. Llámese Kirchner, llámese Massera.
La incógnita surge inevitablemente: ¿Por qué la reacción se encuentra tan distante a la que pintó a una parte de los argentinos apenas unos días atrás? ¿Por qué un hombre que, bien o mal, hizo lo mejor para que la Argentina crezca fue tan odiado y fue tan festejada su muerte, y uno que contribuyó a la desaparición de 30.000 compatriotas, que ayudó a la destrucción del aparato productivo y económico nacional y que fue repudiado durante un largo tiempo por diferentes generaciones hoy pasa desapercibido?
¿Será que la gran mayoría de este país esta dolida? No, no se cree posible.
¿Habrá que pensar que la constante actividad y aparición del ex presidente, elegido en 2003, en los medios de comunicación, potenció un sentimiento más cercano que el que se pudiera tener para con un hombre que desde 2002 se encontraba en un estado de salud deplorable por consecuencia de un accidente cerebro vascular seguido de un infarto? Quizá. La no "renovación" y la inactividad muchas veces facilitan que pasen inadvertidos los individuos que la practican.
¿O será que los argentinos, o gran parte de ellos, aprendieron a que desear o festejar la muerte de otro es lo más bajo que se puede demostrar? Ojalá que la respuesta sea: "si".
Es muy destacable que ante la muerte de un ser que hizo tanto daño a una generación y que dejó familias destrozadas para siempre, no se busque, de alguna manera, un consuelo o un alivio descorchando champagne o tocando bocinas por las calles desde los autos.
Desde aquí nos llamamos al silencio. Respetando a la vida y a la muerte. Ni tristes ni felices. Pero convencidos de que la entereza humana se demuestra actuando con principios, sin importar el nombre propio en cuestión.
Imagen: Lambruchini, Videla, Massera y Graffigna (de arriba abajo), en septiembre de 1985 durante el juicio a las Juntas.
Mentiras piadosas
Hace 13 años